Amanecido en el hielo

Desencantado por no haber luchado junto al caballero de la flor roja,
siento pasear por mi cuerpo una sensación de falsa alegría,
a caballo entre la mañana y la noche, atardeciendo despaciosamente
con el silencio de la música, arrodillado para escuchar ese último suspiro
del diablo, esperando sentado que un día muera y resucite,
que salga de la cueva mostrando su claridad oscura, su rostro cariacontecido.

Lleno de arrugas y sabiduría, demasiada, altruista y escéptico
como la naturaleza, maléfico y ladrón, tan cruel como bondadoso,
aturdido y callado tal vez, asustado por salir de su rincón,
temeroso de no encontrar otro.

Apacible trago de vino que rompe con la seriedad eterna,
esperpéntica celebración religiosa, exorcista de niñas,
sacando al diablo de ellas sin saber que allí no está, o sabiéndolo,
acurrucado fielmente, destruido por la luz del sol,
por el fresco olor del amanecer.

El caer de las hojas en otoño, el hombre llorando por su madre,
el calor del padre a su hija, el fuego quemando los bosques,
los humos ahogando las gargantas y los ojos sangrando el sudor de las minas,
esto nos queda del fin, principio para un mundo herido de muerte
por el puñal del raciocinio, por la espada de la voluntad,
instinto asesino atado por las cuerdas de la esclavitud,
payaso triste que nos hace sonreír cuando la risa está muerta
como un vagabundo que deja caer sus huesos en el salón del invierno,
siempre cuerdo y loco, siempre vivo y muerto…

iñaki navarlaz rodríguez

Puertas de metal

*Imagen https://pixabay.com/users/enriquelopezgarre-3764790/