De un rosal resbalan lagrimitas de sangre
por cada amapola que fue arrancada
de la tierra y de la vida,
del camino y del horizonte sólo de ida.
La tierra nos cuenta otra batalla perdida,
ella ya no volvió de la noche al día.
La montaña se eleva poderosa
apuntando con sus espinas a la vida,
no se mueve pero crece, impenetrable se vuelve,
desata su furia en un baño lava y muerte.
La tierra dice en las radios que sus fronteras
son de papel pero cortan cabezas.
El mar tiene cementerios de peces voladores,
tumbas adornadas con corales imposibles
para que los tiburones encuentren sus nidos,
y a bocados los dejen rotos en el olvido.
La tierra saca fotos de maremotos infinitos
que se tragan los pedalos trasatlánticos.
La selva nos enseña sus garras de terciopelo,
al acecho espera a su víctima distraída,
ésa que llenará su despensa de oros y vísceras,
el tigre será coronado como el rey de la guerra.
La tierra sabe, la tierra escucha,
los tambores de guerra tocan y terminan nunca.
iñaki navarlaz rodríguez
Recuerdos de lo cotidiano
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