A veces, sólo a veces,
tenías en tus manos mi pecho,
ése que se perdía enmarañado en tus caricias,
ésas que hilaban nuestras almas a escondidas.
Otras, ni las más ni las menos,
nos huíamos mutuamente escapando
hacia el miedo que siempre nos consolaba;
esa lejanía nos descansaba el ansia.
Pero siempre, sin saberlo o sabiéndolo demasiado,
los trenes nos viajaban al horizonte inesperado,
al encuentro en buhardillas prestadas
con sabor a caramelos de dulces caderas deseadas.
iñaki navarlaz rodríguez
Cajón desastre
*Imagen de Conuntoquepersonal
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