Que los charcos se sequen y cuando se llenen sean sangre,
descubrir que las estaciones no existan,
que los niños ya no jueguen al escondite,
que se olvide el recuerdo de los primeros pasos.
Que los cielos ya no se nublen y su agua
antes dulce se vuelva ácida, como la guerra sin sentido,
que los gatos ya no se suban a los tejados, ni jueguen
con lana y tampoco persigan ratoncillos por las esquinas.
Que las flores ya no salgan en primavera, ni en otoño, ni en invierno,
en un verano continuo, sin estación, sin consuelo,
que las sombras sean todas largas y delgadas, escuálidas,
y que sólo reflejen la última hoguera de un sueño.
Que las barcas ya no puedan navegar, ni hundirse,
que los mares de sangre recorran todas las ciudades
sin dar descanso a su corriente imparable y
se lleven todo, hasta lo diferente.
Que los niños salgan a la calle y vean el dolor
del odio y sirvan de alimento a las armas,
que nadie sobreviva y pueda gritar su nombre,
y que la única verdad sea, que nunca importó.
iñaki navarlaz rodríguez
Puertas de metal