Amanece temprana cada mañana.
Entre olivos corre una brisa que mancha
las aceras y los cristales de polvo sombrío,
allí, donde se esconde la sombra de una casa robada.
Fugaz encuentro entre la sirena
y aquella marea de ayer alta,
como el beso que dio,
una miga a una paloma.
Recuerdo todavía ver la nieve
caer en la orilla de mi playa,
desde donde dibujaba sin querer
el viento que imaginaba.
Y volar al anochecer entre chimeneas negras
respirando el humo que sueltan las maderas,
y ver cómo la noche mira,
y en un instante descambiar esta vida.
Y al fondo de la calle entre las esquinas aparece,
el ladrón de almas que no supo encontrar la suya…
Adiós casa robada, adiós dueña odiada.
iñaki navarlaz rodríguez
«La verdad muerta»