Y levanté los ojos para no ver que aquel momento,
había pasado como el viento por el desierto,
había vuelto, y vuelto.
Pero no pude ver porque la arena se comía el sonido
del suave suspiro del aire golpeando en las rocas del mar,
ahuyentando a las voluntades perdidas entre las almas,
claras y oscuras,
opuestas.
Pero unidas por una melodía extraña y
escondida en las sombras de una cueva infinita,
en cuyo fondo yace un lago con las aguas de oro y
en el que se lavan los pecados del placer y el acomodo,
injusto paladar que condena por siglos a permanecer
sumiso en la estepa árida y pantanosa de la moral…
Religión gloriosa que ahogas con tus manos eternas la verdad,
que ya no podrá elegir entre el bien y el mal,
¿qué mayor culpa que ser despojado?
cortado de raíz por el obispo manostijeras,
apuñalado en la espalda por un cobarde.
Y ser arrojado a la basura como un desperdicio,
y descubrir que el bien es mal,
y el mal menos bien.
Ver que las hojas de otoño caen en primavera y florecen en invierno,
sentir la nieve en agosto y la contradicción tras el hecho,
un mundo que gira y rebota hasta que encuentra su agujero.
Magnífica tumba para descansar y soñar en que un día
el viento me despertará para sentir el ahogo de mi garganta…
Mientras canto, al son de los demás.
Iñaki Navarlaz Rodríguez
«Puertas de metal»
Imagen de congerdesign
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