Misteriosamente muestro mis ojos a la luz de las sombras,
y encuentro todo silencioso y ya no puedo escuchar
el ahogo de unas hojas caídas del cielo como voluntades opuestas.
Derrumbado y engañado por el viento emborrachado,
ser amado y odiado, olvidado y apartado,
los labios que ayer me besaron hoy ni siquiera los recuerdo.
Y mientras yo,
solo,
caído como las hojas en un mar roto,
amarillento de desencanto,
de compasión,
oscurecido por la sombra de un rayo,
ahogado por la mano poderosa de la vida,
marchito el vuelo de las aves,
grito vacío de palabras
mientras me sangra el alma que se tuerce hacia tu beso…
Iñaki Navarlaz Rodríguez
Imagen de Simon Wijers (Pixabay)