Mi cuerpo drogado recorre feliz este mundo,
pasea mi mente entre jardines de azufre
y el viento golpea mi rostro,
lo erosiona.
Lo deja caer al barro que me rodea,
llueven en mi pecho espadas de hielo,
y todo,
todo lo que me envuelve,
parece enfermo.
Retrocedo,
pero el horizonte se acerca imparable,
asalta mi celda para hacerme libre
y yo no quiero.
Ya serlo he sido y soy,
y no puedo comenzar a ahogarme solo
sin arrastrar conmigo a alguien desesperado
que piense ser rey del fracaso corrupto.
Y voy en soledad compañera y aburrida,
salgo en busca del asesino encadenado
que me perturba,
pienso en mi tiempo empobrecido y asustado,
soy el mendigo de la ruina,
del odio.
Iñaki Navarlaz Rodríguez
Imagen de claudioscott (Pixabay)