Al poeta le duele la piel, al mundo el alma.
Y el viento vuela como el papel arrugado
en busca de un imposible perfume de mujer
que le haga olvidar esa tristeza que lo perturba,
y quizá dé sentido a su muerte.
A una mirada en la sombra vuelve el deseo,
dos cuerpos sintiéndose uno,
mil almas llorando en soledad,
una vida tornándose color tormenta…
Al poeta le duele el acero, al mundo el cristal.
Y el humo atraviesa las piedras como un suspiro
al encuentro de un beso que jamás recibirá,
porque está solo, y solo morirá,
en un día de invierno que soñó sin piel.
Iñaki Navarlaz Rodríguez
Imagen de Pexels (fuente Pixabay)