El camino se hace ausente
cuando ante él se alza
un muro con cinco espinas,
una para cada mano y pie,
la última para el corazón.
Sólo deja libre la cabeza,
para que piense, para que llore,
para que cada respiración
sea la última que ahogue los gritos.
Mientras, al otro lado del muro,
continúa el camino por su senda,
lleno de vida y de flores,
lleno de risas infantiles
ya ausentes en el camino inexistente.
La vida termina
cuando da paso a la supervivencia.
Las miradas se pierden
cuando dejan de dibujar colores.
Todo se ha vuelto gris,
frío y lleno de barro,
los pies ya sólo sujetan el cuerpo
que camina en la espiral del desespero.
Iñaki Navarlaz Rodríguez
08/03/2017
Imagen de Alexas_Fotos (fuente Pixabay)