Cine para educar

Muchas veces damos por imposibles a algunas personas, y cuando éstas son menores lo que hacemos es condenarlas de antemano a una vida sin expectativas.

Y son éstas, las expectativas, la clave de una educación para el futuro. A estos menores hay que hacerles ver que son capaces de hacer otras cosas, hay que enseñarles la motivación interna, mostrársela cuál escaparate, para que la vean, la palpen, y por fin la compren y la usen en sus vidas.

Iñaki Navarlaz Rodríguez

La redención a través del cine

Los menores internados en un centro de Salamanca ruedan y protagonizan un filme sobre sus duras y dramáticas vivencias

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Mario sonríe y dice: “¡Acción!”. Lo que narra a continuación, en el fondo, bien podría proceder de una película. Aunque sus ojos negros ni se inmutan mientras relata conflictos familiares, amenazas con armas blancas a sus padres y un robo de dinero a su madre que colmó el vaso. Le explicaron que ya bastaba. Y que solo quedaban dos opciones. La primera era “la cárcel”, recuerda. Mejor la segunda: la Escuela Santiago Uno de Salamanca, “un centro de convivencia en grupo educativo”, según su coordinadora, Puerto Rojas. Aquí, en pleno corazón de la ciudad, se junta un centenar de menores, ingresados por distintas razones, para remontar una carrera en la que van últimos. Desde hace un año, cuentan además con la escuela Unocine. Así que han rodado y protagonizado un filme. Ahora, por fin, están listos para enseñarlo.

Para Mario, en realidad, es la segunda experiencia cinematográfica. Ya apareció en el corto de un amigo. “Cuesta soltarse ante los demás, pero una película te permite hacer o decir cosas que habitualmente no podrías”, sostiene. Y lo cierto es que el filme, titulado provisionalmente Te fuiste al alba, abre un portal hacia vidas, inquietudes y esperanzas de estos jóvenes, en sus propias caras y voces. La dirección y el montaje corresponden al cineasta y director del taller Pedro Sara; lo demás corre a cargo de los chicos: sonido, guion o interpretaciones. “Cine del oprimido”, lo llaman. Porque hay tres razones para ingresar en el centro: protección (una familia ausente o no apta), medidas judiciales (tras algún delito cometido) o que los propios padres se rindan y fíen, previo pago, el rescate de su heredero a Santiago Uno. Un adelanto de lo que han filmado se verá este miércoles en Madrid, en un acto en el Círculo de Bellas Artes.

Problemas reales

“Queremos visibilizarlos, ya que siempre hay alguien que habla en nombre de ellos”, asevera Sara. Empezaron a rodar desde el mismísimo primer día de clase, en febrero de 2016. Y la idea casi no ha cambiado. Cada jueves se encienden las cámaras y los participantes —a veces una treintena, otras incluso uno solo— se lanzan al llamado “psicodrama”. “Trabajamos con sus problemas reales pero los convertimos en arte, que les sirvan como método de expresión”, aclara Violeta Pagán, psicóloga y profesora de Unocine. Nunca preestablecen diálogos, sino que se introduce un tema: el amor, la muerte, una compañera que se ha fugado del centro, una pelea o la rabia reprimida. A partir de ahí se comparten memorias y posturas. “Con toda esa información construimos un guion”, apunta Sara. Cuando se encienden las cámaras, ficción y realidad ya son casi indistinguibles.

Ocurre así que una chica le canta a su móvil tras responder a la llamada de “papá cárcel”, que el baile de Nerea muestre en sus brazos demasiados intentos de despedirse del mundo, o que Belén de rienda suelta a su furia en una performance tan creíble que parece auténtica. “Han vivido situaciones inimaginables, van sobrados de potencia dramática”, defiende Pagán. Tanto que en ocasiones las cosas se escapan de control. Ha habido clases con mesas reventadas, gritos, celos y frases como “tu embarazo me importa una mierda”. Aunque este último conflicto fue solventado al siguiente día, precisamente ante la cámara.

“Es normal que haya roces. Estamos juntos 24 horas al día durante todo el año. Pero esta es una familia”, asegura Bea. Mientras, la suya original se ha ido desestructurando. Su padre murió cuando era pequeña, y el nuevo novio de su madre machacaba a Bea y su hermano. “Una vez me dio una paliza brutal, con un cinturón. Me rompió el hombro”, cuenta. Lograron marcharse, pero su madre no levantaba cabeza. “Una vez volví a casa y me la encontré medio muerta, había intentado suicidarse”, continúa la joven, tras una pausa al borde de las lágrimas. Así que ella misma denunció la situación y acabó en Santiago Uno, junto con su hermano. Ahora su madre vive en Galicia, con su abuelo, y hablan por teléfono todas las noches. Algún día, cuenta Bea, irá a verla.

Amenazas y palizas

Belén también querría retomar el contacto. Originaria de Etiopía, lleva siete años sin ver a su familia adoptiva; en concreto, desde que su madre empezó a pegarle y amenazó con mandarla a un centro de internamiento. El padre, mientras, callaba. “Como un cobarde”, ataca ella. Cuando nació el hermano de Belén, ya no hubo sitio para ella. La chica cree que ese bebé, al que vio únicamente cuando tenía dos días, ni sabe que tiene una hermana. Le encantaría poder contárselo, así como le gustaría volver a ver a su padre. De momento, sin embargo, los técnicos de la junta de Castilla y León que han de decidir sobre su futuro consideran que el reencuentro no es recomendable.

Centros e internos

Entre tanto, Belén es una de las estrellas de Te fuiste al alba.Y aspira a que la actuación sea su futuro. Lo mismo que Mario. Y tal vez hayan encontrado su trampolín. “No queríamos una película de batalla, sino un producto como otros de la industria, con su calidad, que juegue en esas ligas y vaya a salas, festivales y televisiones”, asevera Sara. Mientras terminan de reunir los fondos —el presupuesto es de 200.000 euros—, la película ya cuenta con distribuidora nacional e internacional. Así que Mario se concede soñar: “Querría hacer un filme sobre mi vida, sobre cómo se pueden superar los problemas y llegar a lo más alto. A lo mejor nos vemos en 10 años y me entrevista usted como actor famoso”. Apuntado queda, Mario.

Noticia publicada en El País

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